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GÉNERO AVERIADO

Iñigo Errejón

Iñigo Errejón

En una entrevista reciente, Iñigo Errejón, uno de los muchachos de Somosaguas, dijo lo siguiente: «hoy la pelea fundamental es entre las posibilidades democráticas o el cierre oligárquico, y que por tanto, incluso hasta con las más tímidas transformaciones, hay que abrir procesos de ruptura en el que la soberanía popular vuelva a delimitar el tipo de contrato social entre sectores de lo que ha sido el centro izquierda en Europa, que pueden estar dándose cuenta y que pueden estar basculando en una dirección similar».

Esto aclara, me parece que definitivamente, lo que quiere y busca el «grupo promotor» de Podemos: organizar a los sectores de centro-izquierda para que sean posibles las «más tímidas trasnformaciones» políticas que devuelvan (como si alguna vez la hubiera tenido) la soberanía al cives, al ciudadano, al individuo dotado de derechos.

Se diría que eso ya lo inventó el PSOE en Suresnes, pero lo cierto es que estos jóvenes de Somosaguas se plantean otra cosa distinta al Estado dadivoso de la socialdemocracia europea. Lo que quieren es una democracia en la que individuos conscientes, autosuficientes y libres redacten y suscriban el Contrato Social, es decir, quieren lo que quería Voltaire, Tocqueville o, incluso, Robespierre, es más, quieren lo que quería John Locke; quieren la rediviva de las formas de gobierno de la Liga Hanseática y estas son las premisas de sus silogismos:

1.- La reacción se ha expandido tanto, ha conquistado de manera tan completa el campo de batalla, que afirmaciones que eran ya vanas en el XIX se han vuelto subversivas y eso es cierto en muchos sentidos. Hoy Alexis de Tocqueville es un subversivo. Es más, hemos llegado a la pavorosa situación en la que la jurisprudencia del Tribunal Constitucional de hace ocho o diez años, se ha vuelto subversiva. De este modo, para Iglesias y los muchachos de la facultad de Somosaguas, el mero planteamiento de los topoi democráticos, elementales en los últimos doscientos años adquiere la capacidad de subvertir este contubernio de la restauración borbónica e, incluso, bases sustanciales del capitalismo moderno.

2.- Pero además, como hemos retrocedido tanto, como la reacción ha ganado tanto terreno, que las consignas de 1830 se han vuelto otra vez subversivas, éstas pueden servir para movilizar una mayoría abrumadora de la población, sin distinción de símbolos ni clases, mucho más aún, cuando la plutocracia gobernante se ha separado como «casta» independiente, hasta de sus propios cimientos sociales, hasta de su propia clase. Eso permitirá llamar a filas a pequeños empresarios, tenderos, votantes de cualquier partido tradicional… a toda aquella muchedumbre que debió hacer la revolución liberal en España sin conseguirlo durante cien años.

3.- Afirmado que esos topoi básicos, protocapitalistas, pueden ser asumidos por todos y que, por eso mismo, se pueden ganar unas elecciones, el problema de ganarlas será un ejercicio de mercadotecnia, de forma que aquí no se buscará ni una modificación de la conciencia objetiva ni una acción revolucionaria que por serlo es, como los tiranos griegos, ajena a la ciudad y la ley, es decir, una imposición violenta; sino la atracción de clientes, que se buscan allá donde están, en el centro de la campana de Gauss o, para entendernos, en el centro drecha-izquierda del público electoral, que es la masa que siempre ha determinado qué partido de la II Restauración gobernaba.

Sin embargo, subversivo no quiere decir revolucionario y, sobre todo, lo que es falso, es que la acción política pueda desplegarse independientemente del poder económico, y lo que también es falso es que exista un individuo, una mónada autosuficiente y racional, que pueda decidir en el foro, en el espacio de la isonomía, la forma que, con sus iguales, da al contrato social.

¿De verdad nos creemos, por ejemplo, que vamos a nacionalizar la banca, a expropiar el aparato financiero, sin hacer valer los argumentos contundentes que que salen de la boca de un fusil?

Lo que no pueden los chicos de Somosaguas, por ingeniosos y brillantes que sean, es suprimir trescientos años de capitalismo y, mucho menos, los últimos setenta años de la posguerra. No pueden, ni podrán hacer que las formas políticas de este siglo XXI sean ajenas al poder y al interés económico de una plutocracia mundial que impera y que ha hecho que el que fuera el «individuo» autónomo y racional del siglo XVIII, devenga en material fungible y, en términos políticos, por completo irrelevante. No pueden evitar que en un capitalismo en que el contrapoder obrero ha sido vencido, el sistema productivo tenga mucho más que ver con Auschwitz que con cualquier otra cosa.

Podemos es una materia proteica que, como el cura Gapón, todavía podría provocar un incendio, lo dudo, pero los chicos de Somosaguas, lo quieran o no, no son más que chamarileros vendiendo género averiado… Lo aterrador es que tampoco hay nada mejor.