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KANT Y LAS POLILLAS

Immanuel Kant

Immanuel Kant

Podemos se desmenuza intoxicado de sí mismo. El grito de que el emperador, el «Cristo hecho gente», el Ungido, va desnudo y, además, es un esmirriado baldragas, lo ha dado el más servicial de sus pajes, que ha resultado ser, también, o más valiente o más perturbado que los otros, más inestable que los que soportan mejor la presión del negocio o más decente que los buhoneros que se veían ya con el pie puesto en el primer peldaño de la escalera de Jacob.

En este discurso de «sentido común», sin clase, sin realidad, idealista en el más mísero de los sentidos que esa palabra admite, lo huero y lo estéril ha hecho presa con tanta rapidez como se inflamó el invento, la ocurrencia, el hallazgo… la eutrapelia de una potencia que no sabe qué quiere poder, que puede no sabe qué, que exhibe una ubérrima lubricidad sin hembra a la que extasiar.

Como les sucede siempre a estos monaguillos del interclasismo y la democracia, les ha robado la presa otro más fiable para el enemigo y así, ya sin nada que decir, los intelectuales del Ungido se han puesto a buscar qué decir.

Carlos Fernández Liria es uno de esos que cree haber encontrado algo que meter en la boca del Ungido más allá de la cursilería y la lírica de adolescente de amores prendido. Dice este hombre que más Kant y menos Laclau.

No alcanzo a comprender bien a qué viene Kant aquí. El propio Kant, por ejemplo, se tomaba con ironía su «Paz Perpetua» y de la «Teoría del Derecho» Schopenhauer se lamentaba diciendo que «parece que no fuera obra de ese gran hombre, sino fruto del mediocre pensamiento de un hombre común».

A fin de cuentas lo que Kant quería decir es que «El problema del establecimiento del Estado tiene solución incluso para una estirpe de demonios… siempre que tengan entendimiento», de modo que aceptadas las leyes universales para su conservación, sus malos sentimientos se contengan y vivan como si no tuvieran esas «malas inclinaciones».

Eso es lo que tiene que hacer ahora el Ungido y su cohorte de apóstoles, según Fernández Liria, reivindicar la verdad de la Ley universal, hacer verdad el parlamentarismo, hacer verdad la separación de poderes, hacer verdad la igualdad ante la ley, hacer verdad la subordinación de la economía al Legislador, hacer verdad la independencia de las audiencias, subordinar las lonjas, imponer la Ley a la «estirpe de demonios».

«Se trata -dice este hombre- sencillamente, de reinvindicar los derechos y las instituciones clásicas del pensamiento republicano, al mismo tiempo que se demuestra que son entaremente incompatibles con la dictadura de los mercados financieros en la que estamos sumidos».

¿Instituciones clásicas del pensamiento republicano? Bueno, bien, pero hay un sindicato de demonios que desde ese clasicismo republicano, lleva doscientos años largos conformando el Estado mediante los convincentes argumentos de los cañones y el dinero.

Idiotas ¿todavía no os habéis enterado de que las lonjas mandan y las audiencias obedecen? ¿Vais, en esa vuelta al clasicismo republicano, a diluir las clases en la ciudadanía mediante el poder luminoso de la Virtud? ¿Todavía no sabéis que las instituciones del republicanismo clásico son incompatibles con el Mercado, no con los mercados financieros?.

Idiotas, el mundo gira sin vuestra Virtud y la «estirpe de demonios» hace lo que puede para su conservación, no para la vuestra. El individuo racional, uno, completo y suficiente, no os habéis enterado todavía, igual en la asamblea, porque como los otros, es rey en su casa, si alguna vez existió -que no lo hizo más que en la obra de Defoe- fue abolido por el trabajo asalariado.