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LA LEALTAD DEL PCE A SUÁREZ

Entierro de las víctimas de los asesinatos de Atocha

Entierro de las víctimas de los asesinatos de Atocha

En su biografía de Carrillo, Preston recoge la unánime tesis de que los sucesos de enero de 1977 eran una provocación del franquismo duro que el PCE supo afrontar serenamente.

Sí, seguramente fue una provocación pero esa provocación se produjo en un momento en el que el enemigo retrocedía y temía. La provocación pudo ser la señal que diera comienzo al enfrentamiento necesario. No fue así. El PCE protegió al gobierno Suárez y ahogó la huelga que empezaba a extenderse por el país.

Preston, refiriéndose a la manifestación que acompañó a los muertos de Atocha, dice lo siguiente:

«Carrillo se negó a dejarse provocar y el PCE transmitió apelaciones a la serenidad. En el que había de ser un momento clave de la transición a la democracia, miembros y simpatizantes del Partido Comunista marcharon en silencio en una gigantesca muestra de solidaridad. Tanto Suárez como el rey, quien, según dicen, sobrevoló la marcha en helicóptero, quedaron profundamente impresionados por la demostración de fuerza y disciplina comunista. Sin duda, gran parte de la hostilidad hacia la legalización del PCE se desvaneció gracias a la contención con la que sus partidarios respondieron a la tragedia. Una delegación de líderes de la oposición negoció con Suárez y, a cambio de las promesas de acción contra la violencia del búnker, le ofrecieron una declaración conjunta de Gobierno y oposición para denunciar el terrorismo y hacer un llamamiento al apoyo nacional al Ejecutivo».

Al margen de que en este texto, Preston interprete los hechos como lo que había que hacer, el propio relato delata la realidad. La actuación del PCE no fue la respuesta puntual, más o menos acertada, frente a una provocación sanguinaria, sino una política continuada que se remontaba hasta 1937 y que, desde entonces, no sufrió ningún cambio.

Tras los hechos de mayo en Barcelona, es decir, tras el triunfo definitivo de la contrarrevolución republicana, apareció por primera vez la consigna de la «reconciliación nacional» con los buenos españoles. El PCE proponía una paz honrosa a Franco y sus buenos españoles, aceptando una vuelta de la monarquía e incluso y dio pruebas fehacientes de ello. Con la disolución de las colectividades, el gobierno Negrín decretó la devolución de las propiedades confiscadas tras el 19 de julio a sus legítimos propietarios, que podían reclamarlas, si no se encontraban en territorio republicano, a través de mandatarios, es decir, que podían reclamarlas aún estando en zona franquista. Franco rechazó el ofrecimiento y luego, el asunto de Casado hizo aparecer al PCE como el resistente numantino contra el fascismo… Pero eso no eliminó la política de reconciliación nacional, sino que la perpetuó.

Se llamó así, se le cambió el nombre a Pacto de la Libertad, pero durante cuarenta años fue lo mismo, una propuesta de pacto con católicos, industriales y militares, en el que el PCE aparecía como garante de la «democracia», es decir, del Estado y la propiedad capitalista.

Eso fue la Junta Democrática creada en vísperas de la muerte de Franco, un sitio en el que el PCE convivía muy a gusto con los carlistas o con sujetos tan despreciables como el opusdeísta Rafael Calvo Serer o el vividor José Luis de Vilallonga y, también fue, otra vez, el constante intento del PCE de garantizar a la oligarquía posfranquista, su lealtad. Ya lo había declarado Carrillo en fecha tan temprana como 1967:

Nadie -y menos que nadie el partido Comunista- piensa hoy en hacer la revolución comunista. La disyunción que se ofrece al país es dictadura reaccionaria y fascista o democracia.

Más tarde lo volvió a repetir, en la II Conferencia Nacional del partido, celebrada en 1975:

En la España de hoy el comunismo no amenaza a nadie. Nuestro partido no pretende establecer un Gobierno comunista.

En este contexto, en este constante buscar la credibilidad y demostrar la lealtad al capitalismo español, sucede la matanza de Atocha y lo que el PCE hace es una demostración de fuerza contenida. Enseña los dientes y demuestra a Suárez y al Borbón que igual que los enseña, en unas condiciones de fuerza y de ascenso de la lucha social, los puede extirpar, puede paralizar la lucha con una orden.

Preston no se equivoca cuando afirma que el Borbón quedó impresionado por esa capacidad de disciplina que el PCE imponía a sus militantes, es decir, por esa capacidad de parar la oleada que podía engullirle a él y a sus secuaces. Así, hecha la demostración de fuerza, de fuerza contrarevolucionaria, el PCE estuvo en condiciones de pedir la legalidad a cambio de su colaboracionismo, de su apoyo al gobierno Suárez, de su apoyo a ese gobierno, también, en lo que a los asesinatos, las torturas y el terrorismo de Estado se refiere.

Pobres muertos, pobres muchachos muertos, sin justicia y sin venganza.

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