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EL PACTO PCE-SUÁREZ Y LA MATANZA DE LA TRANSICIÓN.

Capilla ardiente de Andrés García Fernández, asesinado por los fascistas en Madrid el 29 de abril de 1979

Capilla ardiente de Andrés García Fernández, asesinado por los fascistas en Madrid el 29 de abril de 1979

Uno, que se hace viejo, tiene ya pocas ganas de olvidar y de contemporizar con la mitología. La vejez me está volviendo irascible e impaciente y a estas alturas ya estoy harto de la hagiografía que hace del PCE el laureado héroe de la “lucha por la libertad y la democracia”.

A este lodo, a este pozo negro hemos llegado por algo, después de una completa derrota y para esa derrota, otra vez, el PCE fue órgano imprescindible, la única organización que estaba en condiciones –si obviamos al PSOE que por sabido se calla– de desmovilizar, acallar, ahogar y sabotear todas las resistencias que permanecían vivas a partir de noviembre de 1975; y a contrario, también, la única organización con fuerza suficiente para haber hecho lo contrario, atizar el incendio y no asfixiarlo.

No hago cuenta aquí de la vida y hechos de cada uno de sus militantes, algunos de los cuales pagaron esa misma política del PCE con la vida y el olvido en los sangrientos años que fueron de 1976 a 1980-81. Estuve en la capilla ardiente de Andrés García (La fotografía es de aquella noche). Los fascistas le habían apuñalado en la C/ Goya de Madrid, no porque se enfrentara a ellos, sino porque se cruzó con ellos. Tenía 18 años y los que le mataron no sabían que fuera militante de las Juventudes Comunistas. Lo mataron porque era la víspera del 1º de Mayo y se había vuelto una tradición matar a alguien en los días previos a esa fecha.

Estuve allí, digo, donde se velaba el cadáver de ese muchacho. El lugar rebosaba de coronas de flores con cintas rojas, el muerto estaba blanco, como están los muertos y unos “camaradas” se encargaban de esparcir vehementemente las consignas de “tranquilidad”, de “no caer en la provocación”, de “no ser como ellos”. Me fui de allí mascando ortigas, con el asco de la muerte y la mansedumbre en la garganta.

No fue el último, quedaba mucha sangre, todavía, con la que tintar las calles. Entre 1976 y 1980 hubo más de cien asesinados por la policía, la guardia civil y los fascistas. De los heridos en ataques fascistas no tenemos la menor idea. La mayor parte de ellos no llegaba ni a la prensa, muchísimo menos a los juzgados. En esos cuatro o cinco años asistimos a una matanza consentida, amparada y bendecida, sin apenas cinismo, por el Gobierno de Suárez, por sus ministros de Interior: Martín Villa, por el general Antonio Ibáñez Freire y por el criminal Juan José Rosón.

¿Qué hizo, ante esto, el PCE? Nada. Cuando comenzaba la sangrienta semana de lucha por la amnistía en enero de 1977 el PCE ya no estaba ahí. Al contrario, hacía cuanto le era posible por desmarcarse de las movilizaciones de la calle, cuya violencia perjudicaba sus promesas de apoyo a Suárez. Pero aquello no fue sólo abandonar la calle, apagar las luchas y desmovilizar las huelgas, fue, sobre todo, un nihil obstat, una carta de corso entregada a aquellos matarifes, a Martín Villa, a Ibáñez Freire, a Rosón, en definitiva a Suárez, que les garantizaba la plena libertad de acción en la calle, el silencio del PCE ante los asesinatos.

Habrá quien diga que aquello fue cosa de Carrillo y que Carrillo se demostró como un traidor, sin embargo Carrillo no fue un traidor. El traidor, por definición, engaña, simula, se oculta, hace lo contrario de lo que dice, pero esto nadie lo podrá decir de ese hombre que, en la materia, siempre fue de una conmovedora sinceridad.

En 1967 declaró: “Nadie -y menos que nadie el partido Comunista- piensa hoy en hacer la revolución comunista. La disyunción que se ofrece al país es dictadura reaccionaria y fascista o democracia”. Más tarde lo volvió a repetir en la II Conferencia Nacional del partido, celebrada en 1975: “En la España de hoy el comunismo no amenaza a nadie. Nuestro partido no pretende establecer un Gobierno comunista”.

En 2012 seguía siendo igual de sincero. En un artículo publicado en “Punto de Vista” escribía, refiriéndose a la participación del PCE en los Pactos de la Moncloa: “¿Por qué hicimos los Pactos de la Moncloa? Porque la crisis originaba un descontento social que podía afectar al apoyo que las masas trabajadoras estaban dando a la Transición democrática española” o dicho de otra manera, porque el movimiento obrero quería ir más allá de los pactos Carrillo-Súarez que, en ese mismo artículo, el propio Carrillo reconoce puestos “negro sobre blanco, en el cambalache de La Moncloa.

En 1979, mientras el movimiento obrero bullía contra la aprobación del Estatuto de los Trabajadores, y dos estudiantes eran ametrallados por la policía en Embajadores, Simón Sánchez Montero, el día después de esos asesinatos, volvía a dejar clara, en la VI Conferencia del PCE, cuál era la posición del Partido:
«Nosotros continuamos en la línea de la concentración o cooperación democrática, que necesita, en primer lugar, del entendimiento de la izquierda.» y después, para tranquilizar al Gobierno sobre la acción de masas del PCE exponía cuáles eran sus fines negando que ésta supusiera “un desprestigio de las instituci9ones democráticas y que el PCE llevaba la misma política en el Parlamento que en la Calle; y para que se supiera qué era esa política añadió: «No pueden sino desear el fortalecimiento de la democracia aquellos que más han luchado por conquistarla». Es decir, que el PCE procuraba el fortalecimiento del aparato estatal posfranquista, el de la recién inaugurada II Restauración, el fortalecimiento del Gobierno Suárez.

Finalmente, dando a Suárez garantías de que allende el PCE tenía las manos y las balas libres, este sujeto, sin otra seña moral que la de cumplir las órdenes recibidas, indultaba al Gobierno por las muertes causadas y por las que estaban por llegar: ‘El Partido Comunista apoya totalmente la acción de masas, pero no la algarada”. Desautorizaba la huelga de estudiantes, la sentenciaba como “algarada” y daba carpetazo a los asesinatos de la noche del 13 al 14 de diciembre del 79.

No faltarían repulsas, declaraciones de condena, lamentos y aspavientos en relación con los crímenes policiales y fascistas de la época. El PCE lo lamentaba, pero no apoyaba “la algarada”, apoyaba al Gobierno Suárez y, por tanto, como colaborador necesario, apoyaba sus asesinatos.

En las coordinadoras antifascistas de la época uno podía encontrarse con los “chinos” de la ORT o del PT, con los muchachos de la Joven Guardia Roja, con gente del FRAP o del PCE (m-l), con los trotskos de la Liga o el PST, con la gente del MC, con anarquistas de la CNT, con compañeros sin partido… pero jamás vi, ni pasando cerca de allí, a ningún militante del PCE, ni siquiera cuando el muerto era de los suyos.

Esto no ocurrió porque Carrillo fuera un traidor que mantuviera en el engaño a sus militantes. Cada uno de ellos sabía cuál era la línea política del PCE y qué estaba haciendo Carrillo.

Si obedecieron sus órdenes, suya y no de Carrillo, es la responsabilidad. Lo menos que podrían hacer es pensar en ello, avergonzarse de ello y no alardear de una impoluta lucha “por la libertad y la democracia” porque de esta zahúrda en la que vivimos, ellos fueron arquitectos y aparejadores y si alguien se ofende por lo que escribo o es que es un canalla cínico, en cuyo caso me alegro de ofenderle, o es un imbécil ignorante, en cuyo caso es irrelevante que se ofenda o no, o es un devoto para el que la creencia y la fe valen más que la verdad, en cuyo caso, también, se me da un ardite en sus ofensas.

A. Grimaldos. La sombra de Franco en la Transición. Es una recopilación de lo que se conoce sobre los asesinatos policiales y fascistas entre 1976 y 1980.