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«YO SOY UN REVOLUCIONARIO, NO UN ASESINO»

Cristino García Granda

Cristino García Granda

A este hombre, Cristino García Granda, minero asturiano, revolucionario en el 34 y guerrillero del PCE durante el primer franquismo, se le celebra hoy día como «un luchador por la libertad y contra el fascismo», Se usa, en esta proterva, en esta obcecada voluntad de desmantelar el pasado, de adulterar la historia, de extirpar el recuerdo de la revolución española, la fórmula habitual con la que el PCE lleva ochenta años cantando su vasallaje al capitalismo democrático.

Los topoi, las consignas varían poco: luchadores por la democracia y la libertad, por la libertad contra el fascismo, por la paz y la democracia… pero jamás, nunca, cosas como luchadores por la revolución. Patrañas y, en el caso de Cristino García, dos veces patrañas, porque este hombre dijo quién era o quién quería ser cuando Carrillo, por sí y en nombre de la Ibarruri, le ordenó asesinar a Grabiel León Trilla, el que fuera lugarteniente de Jesús Monzón, el hombre que, tras Heriberto Quiñones, consiguió mantener vivo el PCE dentro de las fronteras españolas.

Gabriel León Trilla debía morir porque era el lugarteniente de Jesús Monzón y éste, a su vez, no por disidencias políticas, estratégicas o tácticas con la Ibarruri, Carrillo y los otros exiliados en Moscú, sino por dos razones: La primera porque su permanencia en España le daba el control inmediato de la estructura del partido en el interior y eso no interesaba ni a Carrillo, ni a Antón, ni a los «rusos»; la segunda porque la responsabilidad del la Pasionaria y del resto del Polit Buró, emboscado en Moscú, en el fiasco de la invasión del Val d’Aran tenía que ser lavada con la sangre de un sacrificado.

El 19 de octubre de 1944 unos 5.000 maquis del PCE, hombres fogueados en la guerra española y en la resistencia francesa, comenzaron a infiltrarse en España. La invasión se hacía en nombre de la Junta Suprema de Unión Nacional, un engendro creado por Monzón según las órdenes recibidas de Moscú, que suponía, como siempre, la unión entre stalinistas, militares, franquistas honestos, industriales liberales y clero. Para ponerla en marcha, Monzón estableció relaciones con «franquistas desencantados», con grupos católicos de Sevilla e, incluso, el banquero Juan March, el mismo que financió el golpe de Franco, ofreció dinero y el propio cardenal Segura manifestó su interés en el asunto. Con estos logros, su éxito en la construcción del nuevo «Frente Popular» suscitó encendidos elogios en los exiliados de Mexico y Moscú, es decir, de Carrillo y la Ibarruri.

La invasión del Valle de Arán fue un fiasco. Posiblemente era inevitable que lo fuera, pero para asegurar su fracaso, la estupidez legendaria de la Secretaria General del Partido, de la Pasionaria, y la estupidez selecta de aquellos que en la atmósfera tóxica del estalinismo, medraban en el aparato, abonados de servilismo, ignorancia y vileza; hizo que la radio comunista, La Pirenaica, se pasara semanas dando la noticia y detalles de la inminente entrada de los guerrilleros. Franco, alertado y puesto al día de lo que se avecinaba por los propios “comunistas” tuvo tiempo sobrado para oponerles 40.000 moros bien armados y desplegados en la frontera.

Aquellos imbéciles, que en Moscú no tenía mejor cosa que hacer que babear postrados ante las botas del sátrapa de Tiflis, habían mandado a sus mejores hombres a emprender una guerra de posiciones contra el ejército franquista, a plantear a ese ejército una guerra regular en la que cinco mil maquis tendrían que enfrentarse a medio millón de hombres que, como mínimo, Franco podía desplazar hasta la frontera y, además, lo hicieron, otra vez, no levantando la bandera de la revolución, sino de la alianza con el cardenal Segura y con el banquero Juan March. La derrota fue completa.

La reacción de la Pasionaria y del Polit Buró no podía tardar en producirse. El 6 de febrero del 45 comienza la conjura con un informe remitido por Carrilo a la Ibárruri: si la Junta Suprema de Unión Nacional no había derrotado a Franco, sólo podía deberse a la actuación y responsabilidad de Monzón. Carrillo informaba que se proponía enviar a Zoroa a España para que hiciera volver a París a Monzón y si éste no obedecía, debería ser liquidado.

Monzón, que sabía perfectamente lo que esa llamada a París significaba (Pere Canals, uno de sus hombres, ya había sido asesinado cuando regresaba a la sede del PCE en Toulouse) no dio respuesta. En consecuencia Carrillo envió un telegrama a Moscú, a la Ibárruri: Si se negaba a volver «se le alejará de la organización y se tomarán las medidas necesarias«. Crrillo recibió permiso para «expulsar» a Monzón y a su segundo, Gabriel León Trilla.

El 8 de junio del 45 Jesús Monzón fue detenido en Barcelona por la policía franquista. No está acreditado que fuera delatado por la dirección del PCE, pero lo cierto es que éste se negó a organizar ninguna campaña en su defensa.

Quedaba Gabriel León Trilla, también «expulsado» del partido, es decir, condenado a muerte. Por orden directa de la Ibarruri, Carrillo encargó el trabajo a Cristino García Granda y el minero asturiano le respondió: «yo soy un revolucionario, no un asesino». Dio igual, había más asesinos que revolucionarios en el PCE y Gabriel León murió acuchillado el 16 de septiembre del 45 en el Campo de las Calaveras, un cementerio abandonado de Madrid. El 15 de octubre del mismo año, Alberto Pérez Ayala, mano derecha de Trilla, también fue asesinado. Así se cerraba el asunto del Valle de Arán.

Mucho tiempo después, Carrillo escribió lo siguiente: «Líster nos ha acusado a Dolores y a mi de haber dado la orden de ejecución de Trilla. En aquellos momentos, no había que dar esas órdenes; quien se enfrentaba con el partido (es decir, con Carrillo y Dolores) residiendo en España, era tratado por la organización como un peligro«.

Esta es la diferencia entre un hombre y un canalla, entre Cristino García y Santiago Carrillo o Dolores Ibárruri y por esto, porque él era un revolucionario y no un asesino, supiera o no lo que hacía y en manos de qué despreciable gentuza ponía su valor y su vida, no tenéis derecho a decir que Cristino García Granada era «un luchador por la libertad contra el fascismo», porque el dijo ser y quería ser un revolucionario y por lo que él perdió la vida fue por la revolución social.