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CARRILLO Y COMORERA O LA SELECCIÓN PERVERTIDA DE LOS INFAMES

La Ibárruri y Joan Comorera

La Ibárruri y Joan Comorera

Hay muchos sujetos infames en la historia de la revolución española o, mejor dicho, de la contrarevolución española. Joan Comorera (Junto a la Ibárruri, en la fotografía) en esa materia, fulge deslumbrantemente.

A principios de 1937 este individuo «calificaba de ‘tribus’ las Milicias que habían salido a combatir las tropas fascistas, clamaba por detener la colectivización y llamaba ladrones a sus autores. Fue la señal de una campaña de vastas proporciones en la que intervinieron desde el saboteo gubernamental a las colectividades, hasta la calumnia sistemática en la prensa stalinista, reformista y burguesa» (Munis, Jalones…)

En 1938, expresaba su función contrarevolucionaria con la desvergüenza de quien ya se sabe vencedor: «Los sindicatos no pueden ser apartados de la dirección económica del país. En primer lugar, porque el Gobierno no tiene aparato económico bastante bien montado aún para tomar él solo toda la responsabilidad de la dirección. Por otra parte, Cataluña es un país de arraigada y antigua tradición sindical. Nosotros no podemos quemar las etapas ni violentarlas. Hoy es absolutamente necesario que las centrales sindicales intervengan en la dirección económica del país».

Es decir, aún no ha llegado el momento de expulsar a la clase obrera de la dirección económica… porque el Estado capitalista aún no tiene «aparato económico bastante». Ya llegaría ese momento, el día en que el cometido contrarevolucionario del PCE-PSUC quedara cumplido.

Terminar con la revolución en cataluña fue desde un principio su misión: «El 16 de diciembre (1936) Companys hizo cambios en su gobierno. Puso a Joan Comorera, del PSUC, a cargo del abastecimiento COMO PRIMER PASO PARA VOLVER AL LIBRE MERCADO», es decir, como primer paso para restaurar el capitalismo desaparecido tras el 19 de julio.

Sabemos como eso se hizo, cómo el PCE-PSUC restauró en España un capitalismo que ya no existía y como eso desembocó en los hechos de mayo, en el proceso contra el POUM y en el menos conocido, proceso contra los trotskistas españoles, y sabemos que el asesinato fue el medio usado y cuál fue el papel directivo jugado por Orlov, el hombre de la NKVD en España, en ese intento, sólo fracasado a medias, de reproducir en España los Procesos de Moscú.

Y en todo eso, el infame Comorera fue protagonista, un protagonista indiscutible al que aún en noviembre de 1944 Carrillo alababa por la forma en que había limpiado el PSUC de «la basura trotskista y su chusma».

Pero la vida de un estalinista no deja de ser dura e incierta. En 1948 había comenzado el enfrentamiento con Carrillo, demasiado preocupado por deshacerse de su responsabilidad en el fiasco de las guerrillas en España y por mostrar, en medio del conflicto con Tito, su lealtad de perro al amo del Kremlin.

En el 49 un envío de ejemplares del Manifiesto Comunista en catalán fue destruido por el PCE. Poco después Comorera fue expulsado del Politburó del PCE. En agosto del mismo año 49 la incorporación del PSUC al PCE desató las hostilidades según la habitual sistemática estalinista: se comenzó acusándole de megalomanía y ambición, de no agradecer los «esfuerzos del Partido por reeducarle» (sic) y se forzó a que su hija Nuria escribiera una carta abierta en la que gemía por su lealtad al PCE y a la «querida camarada Dolores», definía como «miserable traición» los actos de división del partido, comprendía que el PCE se hubiera visto obligado a desenmascarar a su padre como «rabioso anticomunista y antisoviético» y «agente de la reacción y el imperialismo» y terminaba diciendo que «el día que nació el traidor Comorera, murió mi padre».

Mas tarde Lister aseguró que Carrillo ya había dado, para entonces, la orden de asesinar a Comorera. Independientemente de la credibilidad que merezca un individuo como Lister, lo cierto es que algo así ya había pasado antes y el hecho no era nuevo para Carrillo. Sea como sea, Comorera logró evitar a los agentes enviados a la frontera franco-española para liquidarle, e instalarse clandestinamente en Barcelona.

Otra vez, siguiendo la rutina de costumbre que Comorera había utilizado contra los «trotskystas» durante la guerra, el PCE, a través de la Pirenaica, comenzó su campaña: Se le llamó «reptil titista» y «perro titista», «agente de Franco y traidor», jefe de «una banda de venenosos agentes del imperialismo». Por su parte, Mundo Obrero, seguía en la misma línea acusando a Comorera y sus seguidores de «malhechores» y se ordenaba a los militantes del PSUC «aislarlo y rodearlo», es decir, en las condiciones de la clandestinidad bajo el franquismo, matarlo.

«Comorera y su banda -publicó Mundo Obrero- cumplen el papel de lacayos y agentes policíacos del imperialismo y del franquismo, como lo han seguido en Yugoslavia el Judas Tito y otros “maestros” de Comorera».

La respuesta del abnegado estalinista Comorera llegó en una edición propia de «Treball» que consiguió publicar en Barcelona:

«Sin escrúpulos de ninguna clase habéis agotado el diccionario de los bajos fondos, habéis agotado el almacén de injurias y calumnias, habéis removido el puñal venenoso en la herida incurable de los sentimientos familiares más íntimos y profundos, lo habéis intentado todo. Ahora ¿qué os queda por hacer? ¿Un protocolo “M”? Es posible, pues los elementos técnicos no son difíciles de encontrar. Las intenciones del Buró Político se adivinan: encontrar nuestro secretario general, asesinarle si pueden o, en el caso contrario, dejar que le suprima la policía franquista»

El «protocolo M» era la referencia cifrada de la NKVD a las órdenes de asesinato de «traidores». Comorera no fue asesinado por hombres del PCE, pero una de las virtudes que tuvo la campaña del PCE contra él, fue la de aislarle e informar a la policía franquista sobre su presencia en Barcelona. Finalmente se le detuvo y se le condenado a 30 años de cárcel que no cumplió porque murió antes.

Hay una cierta justicia retributiva en esto, como la hubo con Antonov Ovsenko y otros muchos. Ya he dicho que la vida del estalinista no era fácil, siempre pendiendo de su buen olfato para intuir cuándo los vientos iban a cambiar. El miserable Comorera probaba su propio potaje a manos de otro miserable con más olfato y menos escrúpulos aún que él: Carrillo.

Sin embargo no confundamos las cosas. No fue Carrillo solo, el ascenso de este sujeto, de «Don Santiago Carrillo», fue sólo la expresión de un mundo invertido en el que el más canalla medraba y el menos canalla moría, en que el más falso y el más cínico prosperaba y el menos hábil en el embuste y la traición, se hundía. Esto fue el PCE: una máquina eficiente en la fabricación de inmundos y de inmundicias… pero las décadas y Franco hicieron que nos olvidáramos de ello.