Como asnos sonámbulos volvemos siempre al mismo pesebre… vacío. Ya nos hemos resignado con nuestra condición burresca. Con un sordo rebuzno, cada uno entona su salmo: de profundis clamo ad te, Domine… exaudi vocem meam… in vocem deprecationis meae… Atiende, amo, la voz de mis súplicas pues tengo derechos, soy un asnal ciudadano cargado con el fardo de mi ruciesca dignidad, exaudi vocem meam pues pido lo posible y no lo imposible, me atengo al sentido común, no me destruyas pues ¿quién cargará tus alforjas, Domine?
En julio del 36 hubo guerra porque en mayo del 36 la legalidad republicana, el Frente Popular, no mató a mano airada a una docena de generales, no les mandó llamar y les levantó la tapa de los sesos de un pistoletazo. Limitados al contorno de las mayorías parlamentarias, todos aquellos petimetres fiaron el progreso y la democracia a gente como Niceto Alcalá Zamora, un terrateniente andaluz corrompido. Durante la guerra se ahogó la revolución en el lodo de la unidad, cosa de «sentido común», con pusilánimes irrelevantes como Azaña y Companys. Alboreando ya el espanto inevitable, los «comunistas» y su socio Negrín, desde lo profundo volvían a clamar a Franco por una «reconciliación nacional» entre los «buenos españoles». En el 75, esos mismos elementos, aquellos Carrillos, Pasionarias, Claudines, Sánchez Monteros, aquellos mendaces supérstites de la catástrofe que ellos mismos cultivaron, volvieron, cosa de «sentido común», a amancebarse con el franquismo y desde lo profundo clamaron al amo, por la democracia y la Constitución: exaudi vocem meam, Domine…
Lo mismo década tras década y sobre lo mismo, el mismo fiasco y ahora, en medio de una derrota de consecuencias más profundas y más persistentes que la del 39, se nos vuelve a aparecer este Nazareno, este Galileo, el «sentido común» hecho verbo, para decirles a los bienaventurados, a los pobres de espíritu, a los que no tienen agallas para poner cerco y asaltar los Cielos, que no hay que ser de «izquierdas» porque eso sólo daría un dos por ciento de los votos en unas elecciones.
Tiene su lógica, siempre y cuando todo lo que se pretenda sea ganar unas elecciones y sólo eso, porque si no hay que ser de «izquierdas» para no extrañar al tendero reaccionario, al sargento chusquero, a taxista estafador, al patrón negrero, a la vieja verdulera, a la beata teresiana con éxtasis de puta, a la «mayoría social», que son todos ellos; ganadas las elecciones, nada se deberá hacer que expulse del círculo a todo este lumpen, a toda esta muchedumbre, a toda esta materia descompuesta que es la «mayoría social» española.
Pero no importa, porque dice el «sentido común» que es mejor unir que dividir, sumar que restar, amasar que separar; no importa porque el Galileo redivivo, en su parusía, ha dicho que «otro capitalismo es posible» y así vuelve el pollino a su noria y el cabrón a su sabbat.
Pero que no se me interprete mal, porque los otros, los que sí se reclaman de «izquierda», aquellos de la «reconciliación nacional» y el «comunismo en libertad», de la «demanda agregada». no son mejores, no son distintos ¿o no vamos ya para cuarenta años oyéndoles decir lo mismo y viéndoles hacer lo mismo?: «otro capitalismo es posible» con la misericordia del amo.