Confieso el pasmo que me ha producido hoy encontrar un artículo del hipster Eddy Sánchez en «Mundo Obrero» titulado «Volver a Lenin». ¿A qué Lenin quiere volver este garante de Moral Santín? ¿Qué es el «leninismo» más allá del adjetivo con que se definía la obediencia estricta a la política estaliniaca, es decir, a la política exterior rusa (e interior también, claro)?.
Es, dicen, el análisis concreto de las circunstancias concretas basado en la dialéctica marxista, pero no, no es esto. Esto solo es una perogrullada. Todo el mundo «analiza las circunstancias concretas». No tiene otras que analizar y esto en el mejor caso, porque lo contrario, la subordinación de la realidad a la representación ideológica, o lleva al espanto totalitario o a el fiasco y, generalmente, primero a lo uno y luego a lo otro.
Tampoco el leninismo es un «método de análisis» como no lo es el marxismo. Marx describe la naturaleza, origen y movimiento del capital y para ello, por ejemplo, Ricardo importa mil veces más que Hegel. Lenin es un hombre que procura la destrucción del poder capitalista y como no tiene ningún «método de análisis» que garantice «científicamente» el triunfo, es el primero que sin ningún escrúpulo tira por la borda toda su obra anterior, eso de «la revolución por etapas», y contra la práctica totalidad del Comité Central, decide que es el momento de dar el golpe armado a la democracia capitalista rusa.
Por lo que acabo de decir, tampoco el leninismo es la «teoría de la revolución por etapas». Si es algo, quizás sea, sólo, la teoría del partido. El partido como organización militar, como instrumento insurreccional sí es suyo y antes de él nadie lo vio así.
Sin embargo este, precisamente, es su mayor fracaso. Los hechos parecen acreditar que, en todo caso, ese centralismo de jefes clandestinos sí fue útil para el golpe de Estado, para la jornada del 7 de noviembre de 1917, pero el partido «leninista» se mudo en un plazo asombrosamente breve en un parásito incompatible con la revolución.
Aynd Rand no es una gran escritora, no es en modo alguno una revolucionaria, sino una enemiga de la revolución pero uno de sus libros tiene un valor excepcional porque esa mujer recurrió a lo que vio por sí misma y no a los principios, a la propiedad o a la religión para enfrentarse a los comunistas.
Cuando en «Los Que Vivimos» Andrei Taganov pierde a la mujer que amaba, pierde al partido y pierde la revolución por la que mató y pudo hacerse matar, se pega un tiro en la cabeza y el camino queda despejado para Pavel Syerov, el que hizo la guerra en segunda línea, el que recita los epígrafes de «El ABC del Comunismo» como los popes recitaban sus salmos, el que hacía negocios con los especuladores de la NEP, el hombre que no encontraba contradicción alguna entre esas relaciones con los estraperlistas y el allanamiento incondicional a la «disciplina del partido», el stalinista en los albores del stalinismo.
El libro de Ayn Rand cuenta cosas que sucedieron muy pronto. La acción del libro comienza en 1922 y acaba poco después de la muerte de Lenin, pero para entonces, todo lo que luego colapsó la revolución y la república de los Soviets ya existía:
«- Camarada Taganov, tienes aptitudes muy notables para la tribuna, demasiado notables. No siempre es una cualidad estimable para un miembro de la GPU. Procura que no la aprecien demasiado y que un buen día no te encuentres destinado en algún puesto excelente…, por ejemplo en el Turkestán, donde tengas todas las oportunidades para desarrollarla, como le sucedió, por ejemplo, al camarada Trotsky.
– He servido en el Ejército Rojo a sus órdenes, camarada.
– En tu lugar yo no lo mencionaría muy a menudo, camarada Taganov«.
«En la política interna del partido, estos métodos llevan, como lo veremos más adelante, a la organización del partido a “substituir” al partido, al comité central a substituir a la organización del partido y, finalmente, al dictador a substituir al comité central.» (Nuestras Tareas Políticas).