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UNA CAUSA ABYECTA POR LA QUE MORIR

1977, el grupo parlamentario PCE-PSUC

1977, el grupo parlamentario PCE-PSUC

Suele ser habitual que se pongan en valor los sacrificios, los muertos y los torturados con los que la historia del PCE se nutre, como si tal cosa reivindicara esa historia, la limpiara y la absolviera de sus hechos.

No sé cuántos muertos y torturados pusieron los estalinistas. No sé cuántos de aquellos muchachos que en los sesenta, habiendo oído desde muy lejos las campanas del Octubre rojo y de la república, identificaron la rebelión contra Franco con el PCE y se afiliaron al «Partido» y acabaron en las mazmorras de la DGS. Me da igual cuántos hayan sido, con uno bastaría.

¿Pero de dónde diablos se sigue que la abnegación y la razón tengan que ir juntas?. Incluso ¿de dónde demonios se sigue que la abnegación y la decencia sean correlatos?. Entre los fascistas también hay abnegados de comportamiento heroico y siguen siendo fascistas. El siglo XX ha visto nacer al «canalla abnegado», a un sujeto que es capaz de renegar de su propia decencia por abnegación, por fe. Un canalla abnegado y víctima de otros canallas fue Grimau, un canalla abnegado víctima de sí mismo fue Francisco Antón, un hombre acusado de lo que era inocente, de lo que él sabía que era inocente y que «confesó» la despreciable mentira por abnegación, abdicando de la verdad y de la rectitud por fe y que por fe se contaminó con el más abyecto de los servilismos.

En 1993 salieron a la luz las últimas cartas de Nilokai Bujarin escritas a Anna Larina, la mujer que se unió a él con 16 años, y al propio Koba, a Stalin, al verdugo. Leer esta última estremece de asco y desesperanza, no por su cinismo, por su pusilanimería, por su cobarde adulación, por su súplica miedosa, por los gemidos que contiene, sino por todo lo contrario, por la sinceridad y por la entrega que declara y en el último e inevitable momento, por la entrega a la abyección, por la renuncia atroz a la capacidad de pensar, a la propia condición humana:

“¡Iósif Vissariónovich! Te escribo esta carta que quizás sea la última antes de morir… En este preciso momento se está pasando la última página de mi drama… Pero precisamente porque esta es la última etapa, quiero despedirme de ti antes, antes de que sea demasiado tarde, mientras mi mano es todavía capaz de escribir, mientras mis ojos siguen abiertos y mientras, para bien o para mal, mi cerebro sigue funcionando…

No tenía más opción que confirmar las acusaciones y las pruebas presentadas por otros y desarrollarlas; de otro modo, habría dado la impresión de que ‘no quería rendirme‘ … Dando vueltas a lo que ahora está sucediendo (va a ser asesinado en el patio de la Lubianka) se me ha ocurrido una idea que, en líneas generales, pude esbozarse así: existe el proyecto político, grande y osado, de llevar a cabo una purga general a) mediante la inminente guerra, b) mediante el paso a la democracia. Esta purga implica a A) los culpables, b) los sospechosos y c) los sospechosos potenciales. No lo podrían haber llevado a cabo sin mi. Se consideró que los primeros eran inofensivos en un sentido, el segundo grupo en otro, y el tercero, en un tercer sentido. El hecho de que, inevitablemente, unos implicados hablan de los demás también es una garantía, puesto que fomentar sospechas definitivas y mutuas… de esta forma la jefatura está completamente a salvo. ¡Por todos los cielos! No interpretes mis palabras como si te estuviera acusando veladamente, ni siquiera con mis propias observaciones. Llevo sin usar pañales el tiempo suficiente como para comprender que los grandes planes, las grandes ideas y los grandes intereses son lo más importante, y sería mezquino poner la cuestión de la vida de uno al mismo nivel que las tareas históricas globales que recaen, fundamentalmente, sobre tus espaldas

Si estuviera absolutamente convencido de que esto es lo que realmente piensas, estaría mucho más tranquilo. ¡De acuerdo, está bien! Si de verdad no hay más remedio, supongo que no hay más remedio…

Perdóname por esto, Koba. Mientras escribo estas líneas, se me saltan las lágrimas. A estas alturas no necesito nada y, además, estoy seguro de que entenderás que, al tomarme la libertad de escribir todo esto, empeoro mi situación en lugar de mejorarla. Pero no puedo, sencillamente no puedo, permanecer callado sin haberte pedido antes el último perdón…

Si por algún milagro, se me perdona la vida, pido (aunque debería hablar de ello con mi mujer):

– Exiliarme en América unos años. Puntos a favor: podría organizar una campaña sobre los procesos, podría librar una batalla a muerte contra Trotsky, podría atraer a amplios sectores de los intelectuales indecisos, sería un anti-Trotsky de facto y desempeñaría el papel con gran energía y hasta entusiasmo; como garantía adicional, podría ser escoltado por un miembro de la Cheka, de prestigio considerable, y podrías retener a mi mujer seis meses hasta que hubiera demostrado en la práctica que soy capaz de partirles la cara a Trotsky y a otros.

– Pero si existe el más mínimo asomo de duda pediría que me enviaran a Pechora o Kolyma (los campos de concentración para el exterminio de “trotskystas) a un campo, durante 25 años más o menos…

Pero me estoy preparando espiritualmente para abandonar este mundo terrenal y no siento más que un amor infinito por todos vosotros, los del partido, y por la causa… he desnudado ante ti mi más íntima conciencia, Koba. Te pido el último perdón (de tu alma, no del otro) Te abrazo mentalmente. Adiós para siempre y no guardes un mal recuerdo de tu infeliz N. Bujarin”.

Así, despreciable y despreciándose a sí mismo, moría Nikolai Bujarin, el niño mimado del Partido, el predilecto de Lenin, confesando lo inconfesable por imperativo histórico, por el gran y osado plan cuyo telos descansaba sobre las espaldas de Koba; y haciendo alarde de un último destello de esperanza, ofreciendo su decencia, ofreciéndose como prolongación del brazo del verdugo para “romper la cara a Trotsky” en beneficio de esa gran mentira que era la condición necesaria y eficiente del oculto plan de Koba.

Por esto, la cuestión no es cuántos represaliados fueron torturados o destruidos por mantener vivo «El Partido», sino ¿para qué sirvió ese esfuerzo? Me parece que ahora sabemos ya para qué sirvió en España. Para aplastar la revolución del 19 de julio, para capitular ante el Borbón y cimentar su monarquía, para asegurar y garantizar el gobierno de Suárez, para allanar el movimiento obrero a los intereses de la plutocracia posfranquista, para garantizar a Suárez, a Fraga, a Martín Villa y a los demás criminales del tardofranquismo, que el sistema que querían proteger permanecería intacto, para convertir CCOO en el dique sólido contra el movimiento obrero (porque el actual amarillismo, ya había empezado tan pronto como en el 78)… Eso es lo que hizo «El Partido», para eso, para ese despreciable pacto, en sentido amplio solemnizado con los Pactos de la Moncloa, sirvió toda la abnegación de los militantes del PCE, abnegación que, por otro lado, desapareció a partir del 78 porque para entonces «El Partido» ya era un partido responsable, serio, con sentido de Estado, parlamentario, monárquico, democrático y ajeno a aventuras ultraizquierdistas, ya que abundaban en él los diputados y los concejales. ¡Qué tristeza haber muerto para eso! ¡Vaya deleznable de causa por la que dar la vida!

Y que nadie pretenda decir que eso pasó por la traición de Carrillo. Si algo hizo Carrillo fue permanecer leal, desde 1936, a la política de alianza vicaria con la burguesía. En eso no cambió una coma, ni antes ni después de la muerte de Stalin. Desde 1936, idéntica política de subordinación al capitalismo español fue mantenida por Carrillo, sí, pero también por Díaz, por Líster, por la Ibárruri… por todos ellos, incluso por los purgados como Monzón, Comorera, Antón, Claudín, etc. etc.

“Nosotros luchábamos mientras otros estaban de vacaciones” suelen repetir los que continúan en el PCE. De «vacaciones» estaría quien estuviera porque, por cierto, las ergástulas de los grises se nutrían con mucha más avidez de anarquistas y de militantes de las organizaciones que llamaban «de ultraizquierda» (para diferenciarlas del PCE) que de aquellos muchachos que luchaban por la democracia y no por la revolución.