El libro de Bolloten “Guerra Civil Española. Revolución y Contrarevolución” apareció con otros títulos: “El gran engaño” o “La revolución española”. Sólo la última edición o versión del texto, no termina en 1937 y alcanza, por fin, hasta el mes de marzo de 1939.
Angel Viñas, un economista que ha trabajado para el Fondo Monetario Internacional, crecido a la sombra de Fuentes Quintana, el factotum económico de Adolfo Suárez, que ahora ejerce de decoroso historiador de la guerra civil y cuyas interpretaciones agradecen al PCE su fidelidad a la República, esto es, a la condición capitalista o de economía de mercado que la República rescató de manos de la revolución gracias al PCE; ha dicho de ese libro que es “obsesivo” como si eso fuera una refutación y robara valor a la inmensa documentación recopilada y a la tesis defendida y que el propio Bolloten expone en el prólogo de su libro:
“Aunque el estallido de la guerra civil española en Julio de 1936, fue seguido por una amplia revolución social en la zona antifranquista —más profunda en algunos aspectos que la revolución bolchevique en sus primeras etapas—, millones de personas de criterio que vivían fuera de España fueron mantenidas en la más completa ignorancia, no sólo de su profundidad y alcance, sino incluso de su existencia, gracias a una política de duplicidad y disimulo, de la que no existe paralelo en la historia.
Los más destacados en la práctica de este engaño al mundo entero y en desfigurar dentro de la propia España el verdadero carácter de la revolución fueron los comunistas, que aunque en exigua minoría al iniciarse la guerra civil, utilizaron de modo tan eficaz las múltiples oportunidades que este conflicto presentaba, que antes de la terminación del mismo en 1939, se habían convertido, tras una fachada democrática, en la fuerza gobernante dentro del campo izquierdista”.
Esta tesis de la obra de Bolloten que, por otro lado, es un hecho y como todos los hechos, irrefutable, pero sometido a la roedora crítica del olvido, la mentira, el fraude y la falsificación, es lo que ha convertido a este texto en un libro “maldito”, al que año tras año, generación tras generación, los estalinistas, “demócratas” o no, los “comunistas” que han ido heredando las sinecuras en el aparato del PCE, sus juglares académicos y los liberales progresistas que lamentan el fracaso de una República de capitalismo moderno y racional; han procurado, con mucho afán y mucho sarcasmo, tirar a la hoguera.
Para zanjar el asunto Bolloten se han disparado varias cargas. La primera y la más atroz, corresponde a las circunstancias de la primera edición española. Fue publicada en 1961 por el editor falangista Luis Caralt y prologada por Fraga. Esto es bastante. Un libro “anticomunista”, pues como todo el mundo sabe, comunismo y PCE son una unidad de destino en lo universal, publicado por un fascista y prologado por otro fascista. No deberían ser necesarias más pruebas para demostrar que su contenido es falso, propaganda franquista y una calumnia contra la República y su leal partido comunista.
Sobre esto, según cita Julio Aróstegui en un artículo que se considera, en medios estaliniacos, el tiro de gracia al libro de Bolloten (“Burnett Bolloten y la guerra civil española. La persistencia del gran engaño”) existe una carta del autor a Caralt, fechada en 1963, “en la que le acusa de haber publicado la obra sin su permiso y de tener una muy deficiente traducción y mutilaciones en el texto”.
La protesta de Bolloten no evitó que Caralt siguiera publicando la obra. En el 62 apareció en Mexico la primera traducción autorizada al castellano y en los años 67, 75 y 89, Caralt la reeditó utilizando la traducción mexicana, conservando las mutilaciones y suprimiendo la introducción de Fraga lo que, según Aróstegui, parece indicar que finalmente hubo un acuerdo económico entre autor y editor. Al mismo tiempo, en 1979 aparece publicada en Chapel Hill, de la University ofr North Carolina, una nueva edición considerablemente ampliada que es la utilizada, al año siguiente, por la editorial Grijalbo para su versión en Castellano. Existe también, la publicada en 1972 por Ruedo Ibérico en francés.
Ciertamente, la historia editorial del libro es farragosa, pero lo que hay que dilucidar es por qué se publica en la España franquista, por la editorial de un falangista y con la introducción escrita por otro de los vasallos de Franco. Porque es propaganda anticomunista, contestan muy animados los intelectuales del PCE, de donde se sigue que su contenido es falso.
En realidad, de la misma manera que se puede decir que ese libro es “anticomunista”, es decir, anti PCE, también y con mayor razón, se puede afirmar que es pro anarquista porque si alguien sale bien parado de su recopilación documental, es la CNT-FAI y en menor medida el POUM. Esto nos deja igual de perplejos. ¿Eran el falangista Luis Caralt y Fraga dos criptoanarquistas, dos topos libertarios en los intestinos del franquismo? No parece.
Las cosas son, en realidad, más simples. El franquismo siempre buscó su “legitimidad” (léase esto como concepto jurídico) más allá de la propaganda, en su condición de contrarrevolución cautelar. La legitimidad de Franco, al margen de la victoria manifiesta de las armas, se hizo depender (y sigue haciéndose así entre los gacetilleros del revisionismo historiográfico del que el tal Pío Moa es el más notable) de la existencia de una revolución que no sólo amenazaba la propiedad y la religión, sino la propia democracia republicana. En 1960 Luis Caralt, Fraga y toda la carcunda franquista no se avergonzaban, en absoluto, de haber prevalecido y liquidado la revolución social en España. Así, mientras los “comunistas” continuaban con su política de “reconciliación nacional” y con su “pacto de la libertad”, presentándose como defensores de la legalidad y la democracia republicana, lo que era cierto, es decir, como defensores de la subsistencia de la economía de mercado y de la legalidad burguesa en el territorio de la República, el libro de Bolloten se ofrecía al consejo de ministros de Franco como la prueba de cargo de que en España sí hubo una revolución.
En esta perversión histórica en la que la revolución se avergüenza de sí misma y los fascistas alardean de su función contrarrevolucionaria, vivimos aún. Aún hoy asistimos a la publicación de tesis doctorales en las que se sigue usando la acción contrarrevolucionaria del PCE como demostración de su lealtad republicana (Fernando Hernández Sánchez, por ejemplo) y la afirmación de que los fascistas fueron sediciosos contra la legalidad republicana, por lo cual fue ilegítima su guerra y criminal su levantamiento, sigue siendo, a día de hoy, unánime tanto en el PCE, como entre intérpretes «progresistas» más o menos dependientes de los ámbitos del PSOE.
Así se produce esta confluencia entre “comunistas” y liberales demócratas. A ella llegan los estalinistas porque no gustan de ser desenmascarados como la tenaz fuerza contrarrevolucionaria que son; y los liberales porque buscan en la República una legitimidad reformadora y parlamentaria y, por tal motivo, necesitan presentarse al juicio histórico, como innecesariamente abatidos por el fascismo, puesto que ellos quisieron y pudieron, restaurar el orden por sí solos, es decir, restaurar la propiedad privada y el mercado, el Estado capitalista, en definitiva.
Sin embargo, la lucha de clases es más simple. La revolución española existió. Fue legítima en sí misma, un acto fundador que no tenía que apoyarse ni en la legalidad, ni en la traditio, ni en la continuidad institucional y fue su propia existencia la que, inevitablemente, alzó fuerzas contrarrevolucionarias frente a ella. Se enfrentó a la militarada franquista, desde luego, pero también a los republicanos liberales, a los socialdemócratas del PSOE y, decisivamente, a los estalinistas del PCE.
Por lo demás, contra el libro de Bolloten, también se ha dicho que no utiliza fuentes primarias, sino folletos y periódicos, que acumula citas, que el propósito de su libro es “teleológico”, es decir, que tiene una finalidad, un objetivo (perogrullada curiosa, esta) que cita acríticamente textos no fiables como el libro de Jesús Hernández “Yo fui ministro de Stalin”, que afirme que Negrín fue designado por la intervención directa de los rusos e, incluso, que el autor era agente de la CIA…
Todo esto, o no refuta nada, sino todo lo contrario, como esa acusación de la profusión de citas, o son minucias que la investigación histórica corrige en detalle, como la intervención rusa en la designación de Negrín, o son falsedades jamás demostradas, pero propias de los usos y costumbres estaliniacos, como lo de su pretendida pertenencia a la CIA.
Aróstegui dice que “En España, nadie intentó, desde luego, camuflar revolución alguna. Lo que sí intentaron muchos hombres y varios grupos y organizaciones fue detenerla. Y sin embargo detener una revolución puede no equivaler a hacer la contrarrevolución… porque, por ejemplo, Largo Caballero quería aplazarla”.
Ante sofismas como estos sólo puedo permanecer mudo y asombrado, aunque es verdad que Largo Caballero siempre quiso aplazar la revolución. Lo quiso así en el 34, en el 36 y en el 37, aplazarla, igual que el PCE, ad calendas graecas.