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CUANDO LA INFAMIA NO NUBLA EL GENIO

Dinamiteros anarquistas en el frente de Madrid

Dinamiteros anarquistas en el frente de Madrid

El genio siempre hace lo que debe, escribió Trotsky, aunque más parece que la genialidad deriva por su propia corriente sin que la vileza, la túrbida iniquidad, sea bastante para ponerla freno, sin que la embride, ni siquiera, la ignorancia.

Se ha vuelto un lugar común que Orwell acabó sus días siendo un soplón preocupado por denunciar «comunistas», un descubrimiento que se hizo en el 96 y que consistió en desvelar el insólito dato de que Orwell era un antiestalinista, pero es que siempre se ha sido, en el mundo, más clemente con los vasallos estalinistas, hombres de orden y no de amenaza, y tal es el caso de Neruda y su nauseabunda afección por el oseta de manos grasientas:

«Stalin alza, limpia, construye, fortifica,
preserva, mira, protege, alimenta,
pero también castiga.
Y esto es cuanto quería deciros, camaradas».

En «Confieso que he vivido», el chileno cuenta cómo se hizo «comunista» y trae a relucir a León Felipe y a los anarquistas feroces. Dice, insinúa, falsea y miente sobre los «grupos» anarquistas que poblaban Madrid «mientras la población acudía al frente», que declara sostenido sólo por el V Regimiento (la milicia del PCE) luego el glorioso V Cuerpo de Ejército que marcharía, restituyendo la propiedad privada a su paso, hasta Barcelona al mando de un animal llamado Lister.

Describe cómo salvó la vida de León Felipe, caído en manos de depravados bandidos anarquistas, por haber rozado a uno de estos con su capa y certifica, con naturalidad desenvuelta, el embuste como historia:

«Cada uno llevaba cuchillos, pistolones descomunales, rifles y carabinas. Por lo general se situaban en las puertas principales de los edificios, en grupos que fumaban y escupían, haciendo ostentación de su armamento. Su principal preocupación era cobrar las rentas a los aterrorizados inquilinos. O bien hacerlos renunciar voluntariamente a sus alhajas, anillos y relojes… Esta atmósfera de turbación ideológica y de destrucción gratuita me dio mucho que pensar. Supe las hazañas de un anarquista austriaco, viejo y miope, de largas melenas rubias, que se había especializado en dar largos «paseos». Había formado una brigada que bautizó «Amanecer» porque actuaba a la salida del sol… Mientras esas bandas pululaban por la noche ciega de Madrid, los comunistas eran la única fuerza organizada que creaba un ejército para enfrentarlo a los italianos, a los alemanes, a los moros y a los falangistas. Y eran, al mismo tiempo, la fuerza moral que mantenía la resistencia y la lucha antifascista.

Sencillamente: había que elegir un camino. Eso fue lo que yo hice en aquellos días y nunca he tenido que arrepentirme de una decisión tomada entre las tinieblas y la esperanza de aquella época trágica. «. Era el camino del estalinismo.

No me creo que Neruda fuera un ignorante; no me creo que, ya que saca a relucir «la brigada del amanecer», no supiera que ésta estaba al mando de Agapito García Atadell, no anarquista, sino socialista e inscrito en la Dirección General de Seguridad, órgano a través del cual se reconstruirían los cuerpos represivos del capitalismo español, desaparecidos tras el 19 de julio, reconstrucción en la que el PCE fue elemento esencial; no me creo que el chileno ignorara cuáles eran las trincheras anarquistas en el frente de Madrid; no me creo que el poeta no estuviera al tanto de las infamias de los procesos de Moscú; no me creo que no obedeciera consignas cuando describe a las milicias anarquistas como a ladrones y asesinos protervos. No me creo la inocencia de su protección a un Siqueiros, sujeto que se libró de ser asesino por ser, antes que asesino, borracho y cobarde.

Neruda, maldito cínico de verbo luminoso, que se escandaliza por la desatada violencia de la revolución y lame las botas de los verdugos de la Lubianka, qué miserable, qué deshecho humano sería si no hubiera sabido escribir cosas como esta:

Yo no sufrí amor mío,
yo sólo te esperaba.
Tenías que cambiar de corazón
y de mirada
después de haber tocado la profunda
zona de mar que te entregó mi pecho.