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HACE 61 AÑOS QUE EL SEMINARISTA DEL KREMLIN SE SOMETIÓ AL JUICIO SEVERO DE LOS GUSANOS.

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Dzhugashvili

El 5 de marzo de 1953, el sepulturero de la revolución, el seminarista Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, entregaba su cuerpo a los gusanos. Esta es la descripción que hace Alan Bullock de sus últimas horas.»La noche del 28 de febrero, el reducido grupo de la camarilla del poder, Beria, Malenkov, Jruschov y Bulganin, estaba viendo películas con él en el Kremlin. Stalin se encontraba extraordinariamente animado, quizá debido a que se había emborrachado. La reunión no se disolvió hasta las cinco o las seis de la madrugada del día 1 de marzo. En algún momento entre estas horas y las tres de la madrugada del día 2, tuvo un ataque. Los guardias habían tenido miedo de molestarlo antes de3 las tres de la madrugada, por lo que pasaron 24 horas desde que Stalin se despidió de su grupo del poder hasta que Malenkov, Beria y compañía regresaron con médicos que diagnosticaron una parálisis. Haciendo turnos, dos a la vez, mantuvieron guardia junto a su cama durante los tres días y medio que tardó Stalin en morir. Aunque a veces recobraba la conciencia, era incapaz de hablar.

Mientras esperaban el desenlace, los pensamientos de sus lugartenientes giraban en torno a lo qu3e sucedería cuando Stalin muriese. Tanto Jruschov como Svetlana, que estuvieron montando guardia con ellos, coinciden en que la única persona que se traicionó, exteriorizando el conflicto de sus sentimientos, fue Beria.

‘Tan pronto como Stalin daba indicios de estar consciente (escribe Jruschov) Beria se ponía de rodillas, le cogía la mano y se la besaba. Cuando Stalin perdía de nuevo el conocimiento y cerraba los ojos, Beria se ponía de pie y escupía… rezumando odio’…

‘La agonía de su muerte (Escribe Svetlana) fuer terrible. Dios tan sólo concede a los justos una muerte fácil. Literalmente puede decirse que se asfixió hasta la muerte mientras velábamos. En lo que pareció ser su momento postrero, abrió de repente los ojos y pasó su mirada por cada una de las personas que estaba en la habitación. Fue una mirada terrible, demencial o quizá enfurecida y cargada de miedo a la muerte… Luego sucedió algo terrible e incomprensible, algo que no he podido olvidar hasta el día de hoy… De repente alzó su mano izquierda como si estuviera señalando algo situado arriba y luego la bajó como si lanzase una maldición sobre nuestras cabezas. Aquel gesto resultaba incomprensible y estab a plagado de amenazas'»

Alan Bullock: Hiteler y Stalin, Vidas Paralelas, tomo II, Ed. Plaza y Janés.