Escucho constantemente frases como esta referidas a la guerra: «defensores de la legalidad republicana», «gobierno legítimo de la República», «lucha por la democracia contra el fascismo»… y se las escucho a compañeros absolutamente leales, de historial intachable y también se las escucho a fementidos canallas que sabiendo perfectamente que mienten, alardean del embuste.
Sin embargo, esas son las más infames falacias de nuestra historia y denotan una complicidad dos veces venenosa, porque lo que hubo en España no fue una defensa de la legalidad democrática contra el fascismo, sino una revolución social, no derrotada por Franco, sino por el estalinismo y la izquierda socialdemócrata de Caballero.
El 19 de julio de 1936 el Estado capitalista había desaparecido. El gobierno de la república, cómplice con el golpe primero por ignorarlo y luego por resistirse cuanto pudo a la entrega de armas a las organizaciones obreras, era sólo la cáscara hueca de una pupa muerta. El único poder estaba en los milicianos y en los Comités.
En todos lados se constituían Comités Revolucionarios o de Gobierno, el ejército, la judicatura, los cuerpos represivos, habían desaparecido. El poder descansaba en los fusiles de los obreros y los jornaleros imponiéndose a sus propias direcciones partidistas, y estos confiscaban fábricas y tomaban tierras. Como bien dice Grandizo Munis, no había una situación de doble poder porque sólo había un poder: el de los milicianos, y una fantasmagoría de gobierno que subsistió porque nadie quiso mandar a Azaña y a los otros a su casa.
Por eso mismo, ese fantasma comenzó, lentamente, a cubrirse de carne, a reclutar hombres para rehacer la «Guardia Nacional» (guardia civil) y Guardia de Asalto, a rescatar la propiedad en manos obreras, bajo la apariencia de «nacionalizaciones», a desmantelar los Comités, a desarmar a los obreros y todo ello bajo la consigna estalinista de «todo el poder al Gobierno».
Ningún partido con entidad se opuso a esta reconstrucción de la «legalidad republicana», del capitalismo que había desaparecido el 19 de julio, tampoco el POUM o la CNT; y la contrarevolución encontró el sustento que no tenía en el PCE, en la política de los «comunistas», consistente desde que decidieron pasar del «social-fascismo» a la colaboración con organizaciones capitalistas, es decir, desde que Moscú dio la orden se pasarse a los «Frentes Populares».
El 5 de octubre del 35 el periódico Pueblo, controlado por los estalinistas decía: «… hoy no es justa la expresión clase contra clase, sino la de cultura contra barbarie»… ¡cosa que ahora suena tan actual!…
El 10 de enero de 1937, Treball, órgano del estalinismo catalán, hablaba con toda claridad: «Hay que demostrar a los Estados no fascistas que somos capaces de resolver democráticamente los problemas del futuro», es decir, resolverlo democráticamente al modo de los «Estados no fascistas», al modo de las potencias capitalistas, de Inglaterra y Francia, hacia quienes Stalin se inclinaba solícito.
Era la revolución, no la República, por lo que la clase obrera se batía en las trincheras y en las retaguardias. La revolución española, desorganizada, abandonada por todas las organizaciones, negada, resistió hasta las jornadas de Mayo del 37, cuando García Oliver, pidiendo en nombre del Gobierno el abandono de las barricadas de Barcelona, la dio el tiro de gracia. Luego, el infame Negrín, ya presidente del Gobierno, hacía público su propósito capitulador ante Franco: «Todavía es prematuro para hablar de paz: ya llegará el momento oportuno. No podemos hablar de paz antes de haber asegurado la tranquilidad absoluta de la retaguardia». Pero lo que en la retaguardia intranquilizaba a Negrín y al PCE no era la quinta columna, sino los restos de la revolución. Aplastada por el PCE la revolución social en la «retaguardia», Negrín anunciaba su propósito de hablar de paz con Franco, sólo que para entonces Franco ya no necesitaba hablar de paz.
No, esta memoria histórica será siempre traicionada. El 19 de julio será olvidado para recordar el 18. El golpe de Franco seguirá siendo utilizado para tapar la revolución más tenaz, más densa, más combativa, que haya tenido Europa.
Así que no, aquellos hombres del frente, no defendía la legalidad capitalista de la República, sino la legalidad revolucionaria de los Comités y las milicias.