Para el verano de 1940 Trotsky era un hombre enfermo, condenado y recluído entre los cuatro muros de la Av Viena. Todos sus hijos habían muerto por ser sus hijos, una de tuberculosis que el seminarista impidió tratar; otra, separada de su marido, de su hijo y destrozada por dentro y por fuera, se suicidó; León Sedov asesinado en Paris por la GPU y Serguei fusilado después de estar recluido en el campo de concentración de Kolima.
Tras el atentado de Siqueiros sabía que Natalia había estado a punto de morir por su causa y también su nieto Sieva, el último vivo. La revolución que sin él y sin Lenin no habría existido, era solo el esperpento sangriento de lo que comenzó siendo. Los camaradas habían sido fusilados por el despreciable oseta y algunos de ellos, convertidos antes en patéticas piltrafas de lo que fueron, como es el caso de su amigo Rakovsky,
Cada mañana, su primer comentario a Natalia era que Stalin les había dado un día más. El viejo sabía que su vida traía la muerte a quienes le importaban, incluso comentó que si moría, aún sería posible salvar a su hijo Serguei, del que no sabía nada… y tras el atentado de Siqueiros, tenía la certeza de que el siguiente golpe sería más brutal y devastador.
Sabemos que Mercader hizo un ensayo previo portando ya las armas que llevaría encima el día 20. Sabemos que su actitud, su extravagante actitud levantó todas las sospechas de Trotsky y éste comentó a Natalia Sedova que no quería volver a ver a aquel individuo… y sin embargo, cuando en la tarde del día 20 Mercader se presenta en la casa, con sombrero y gabardina en el agosto mexicano, sudando, titubeante, balbuceante, pálido como un muerto, llevando la marca de Caín en la frente, el viejo olvida su orden de no ver más a aquel tipo y se queda a solas con él…
Esto sólo se puede explicar de dos formas: una que Trotsky era idiota; otra que Trotsky había aceptado que la única forma de salvar a las últimas personas a las que quería era aceptar el ataque certero de Mercader y evitar así otros indiscriminados como el de Siqueiros, pero esta vez mucho peores.
En la fotográfía, Trotsky hablando con la policía mexicana tras el atentado de Siqueiros.