Como Julián Grimau fue asesinado por los fascistas, pocos o ninguno se han preguntado quién era este sujeto, este «canalla abnegado» que pasó y pasa por héroe de la resistencia antifranquista y por causa de honor para el PCE.
Grimau era hijo de un comisario de policía catalán y, él mismo, funcionario de policía. Inicialmente militante deIzquierda Republicana, ingresó en el PCE en 1936 y acabó siendo jefe de la Brigada de Investigación Criminal durante la guerra.
El valor de Grimau para el stalinismo fue reconocido públicamente en el 38, sabemos de él parte del papel que tuvo en la detención y asesinato de Andreu Nin y en la represión posterior a las Jornadas de Mayo en Barcelona contra el POUM y la CNT-FAI y sabemos que bajo sus órdenes se realizaron las detenciones e interrogatorios de los miembros de la Sección Bolchevique-Leninista de España (SBLE) y, especialmente, de Manuel Grandizo Munis (en la fotografía, junto a Natalia Sedova, en 1946)
Es cierto, Franco lo asesinó en el 62. Los fascistas no tenían por qué hacer distinciones. Franco non solvet proditoribus; pero ese fusilamiento no cambia lo que Grimau fue: un contrarevolucionario, un estalinista y un asesino, uno de esa legión de «canallas abnegados» en los que, según Hannah Arendt, la banalidad del mal se encarna; un agente de esa misma fuerza aberrante y pervertida que ahogó la revolución española y que cuarenta años después siguió asfixiando todo lo que se alzaba contra el colaboracionismo y la rendición que ha cimentado otros cuarenta años la restauración borbónica.
No habrá nunca «memoria histórica» para esto. Aquí, fascistas y stalinistas tienen una voluntad común y una voluntad común tienen los restos patéticos del PCE y la canalla liberal; así que, seguid, miserables, predicando que en el 36 se luchó por la democracia y por la legitimidad democrática de la República, seguid negando que lo que los milicianos llevaban en los cañones de sus fusiles era la Revolución Social, seguid, judas, obstinándoos en la traición…